Los perros son una maravilla de la naturaleza, son fieles compañeros del hombre y están en el mundo por obra y gracia de Dios como símbolo de la lealtad.
Son cariñosos con su amo, son sumisos, y su mirada denota ternura, respeto y adoración por él. No solo por su mirada reflejan esos sentimientos, sino con sus movimientos, con sus impulsos hacia su Dios. Los perros creen en ese su Dios único y exclusivo. No tienen varias divinidades sino una sola: Su Señor que es para ellos el universo todo.
Los perros demuestran una ternura indescriptible y al acariciarlos se ilumina su alma, deleitándonos por la demostración de un gozo intenso inefable. Nos contemplan y nos saborean como si quisieran decirnos: gracias a Dios, con estas caricias tengo para ser dichoso, yo no necesito mas que tu querer.
Al estar en descanso junto a nosotros, muchas veces duermen con la confianza plena de tenernos a su lado, y con una relajación y tranquilidad extremas. Al despertar esperan caricias, sentir nuestras manos en su cabeza y esperan que los tratemos con misericordiosa bondad.
Los perros no esperan recompensas y pueden sufrir castigos, malos tratos, gritos, sufrimientos sin mostrar la menor rebeldía. Viven siendo esclavos de su amo; y lo siguen como complemento de su vida, sin importar como sea el hombre o la mujer, y como los traten, están dispuestos a compartir su vida con él hasta la muerte.
Los perros nos sirven de consuelo, de distracción, de compensación cuando nuestros semejantes nos olvidan, nos atacan, nos desprecian, o cuando las enfermedades nos invaden. Siempre conservan su alma sencilla, su ingenuidad, su idolatría por su amo. siguen a su amo a donde va, y si lo pierden, lo buscan con desesperación semejante a la locura; y cuando lo encuentran, corren, ladran de alegría como si hubieran recuperado su propia vida. Su única deidad es el hombre.
La tragedia más grande para un can es que lo arranquen del lado de su amo. Quienes cometen esa infamia no saben lo que hacen; porque un niño, una mujer o un hombre apartados de sus seres más queridos quizá puedan encontrar otro cariño, otro amparo y otro consuelo, mientras que el perro sentirá que le arrancan el corazón de sus entrañas, por que su amo es la esencia y objeto de su vivir.
Los hijos, abandonan el hogar tarde o temprano, y la mayoría lo hacen sin dolor y sin remordimientos. Forman nuevos hogares, y no sienten la necesidad imperiosa de volver a su antigua casa como algo imprescindible; tienen nuevas metas, su atención se desvía a sus amores, conyugal, y paternal, a sus intereses, a sus deberes, etc. Los perros son compañeros abnegados que no dividen su amor entre muchos seres, ni tienen interés en múltiples cosas, ni complican sus costumbres con varios deseos, ni se preocupan por nuevas ambiciones. Los perros tienen una sola ilusión, estar con su dueño venerándolo para sentir sus caricias y para pensar que no lo abandonará nunca, nunca.
La mayor dicha de los perros consiste en estar con su amo, dormir a sus pies. Su amor no conoce el orgullo, es humildísimo, no tiene más que sumisión en un entregamiento absoluto. El abandono de un perro sería la crueldad más infame. El perro entonces lloraría como lloran los perros; con las miradas dramáticas que son sus lágrimas.
Vinieron al mundo para ser compañeros, mudos, vigilantes y venerativos de los hombres.
MICHAEL MURPHY
LA ORACION DEL PERRO
“¡Oh, Señor de los humanos
Haz que mi amo sea tan fiel a sus semejantes, como yo lo soy con él!
Que sea capaz de consagrarse a sus amigos y a su familia, como yo me dedico a él.
Que sea franco y sincero como yo; que sea veraz, para que se conquiste toda la confianza de los que tratan con él.
Dótalo de una faz llena de optimismo, de ese optimismo que sólo yo puedo expresar cuando meneo mi cola.
Dótalo de un espíritu de gratitud equivalente al que yo revelo con mi lengua, cuando me saboreo.
Llénalo de paciencia igual a la mía, que espero sus pasos pacientemente horas enteras, sin quejarme.
Llénalo de mi instinto de vigilancia, de mi valor y de mi presteza, para sacrificar por él las satisfacciones de la vida.
Consérvalo siempre joven de corazón y siempre inspirado en el anhelo de obrar tan lealmente como yo.
Hazlo bueno, porque bueno soy yo, siendo perro.
Hazlo digno de mí que soy su perro.
(Oración publicada en Excélsior, 7 de enero 1959)