En 2009 la humanidad dio el mayor paso hasta la fecha para
alejarse de las cavernas. Descendemos de cavernícolas que día tras día, durante
miles de años, vivieron todas las formas de estrés constructivo que les imponía
el instinto de supervivencia. Por eso ahora estamos aquí, maravillándonos de su
tenacidad. Unos cuantos taoístas se maravillaban de la mera existencia y por
tanto, fueron bastante felices y no conocieron el estrés.
Pero en 2009, por primera vez en la historia de la
humanidad, hubo más habitantes en las ciudades que en las zonas rurales. Y, por
diversas razones que van de lo biológico a lo económico, este cambio disparará
los niveles de estrés desctructivo en las aglomeraciones urbanas, ya de por sí
superpobladas y estresantes.
Para cada especie de animal social, la naturaleza ha fijado
un número óptimo de individuos que se traduce en la densidad de población ideal
de dicha especie. Si la densidad de población es inferior a la óptima para una
región determinada, la especie en cuestión tiende a mantener relaciones
sociales normales y a reproducirse vigorosamente hasta que su densidad alcanza
la cifra óptima. Ahora bien, si una densidad de población excede su nivel
óptimo para una región determinada, la especie tenderá a ampliar su territorio
a fin de reducir su densidad de población. Pero si la expansión resulta ser
imposible (como por ejemplo en una isla o en una jaula), las conductas social y
sexual normales de esa especie se verán afectadas y con el tiempo provocarán
una disminución de la población para regresar a la densidad óptima.
Este fenómeno se ha observado en animales sociales de
distintas familias: hormigas, abejas, ratones, ratas, monos, simios, lobos y
humanos tienen sus respectivas cifras óptimas. Siempre que los animales
sociales viven apiñados hasta el punto de exceder su densidad óptima sin tener
posibilidad de ampliar su territorio para reducir la densidad, manifestarán
violencia, desviaciones y aberraciones en el trato social y sexual. Para su
sorpresa, los investigadores han aprendido que este deterioro se produce
incluso cuando abunda el alimento. El mero hecho de estar demasiado cerca de
demasiados congéneres durante demasiado tiempo genera estrés, abonando así el
terreno para que surjan muchos otros problemas.
Puedes presenciar una forma relativamente leve de este tipo
de estrés en un ascensor abarrotado. Los ocupantes de un ascensor procuran no
ponerse de frente ni tocarse ni mirarse ni hablar (salvo quizá sobre el
tiempo). Es posible que alguien cuente un chiste para romper la tensión. Casi
todos los ocupantes procuran ignorar a los demás. Miran el indicador
electrónico, esperando llegar pronto a su planta, o miran sus relojes como si
tuvieran alguna razón apremiante para saber la hora exacta. Los ascensores
atestados imposibilitan el comportamiento social normal, precisamente porque
necesitamos mucho más espacio vital para evitar que el exceso de individuos
active el estrés instintivo. Lo mismo sucede cuando las personas viajan en
vagones del metro, como sardinas de lata, durante las horas punta. Sus niveles
de estrés se disparan mientras se ven apretujados entre desconocidos. En este
tipo de situaciones, las conductas sociales normales se deterioran enseguida
debido simplemente al excesivo (aunque pasajero) hacinamiento.