lunes, agosto 23, 2021

 


NUESTRO MIEDO AL GIGANTE

Desearíamos, como el personaje romántico, salvar pueblos; levantar el espíritu del mundo que yace ahogado en la injusticia y en el materialismo; salir sin rumbo una mañana, igual que Don Quijote, abandonándolo todo para consagrarnos a "desfacer entuertos" y cubrirnos con la gloria de haber dado nuestra vida a la patria, a la humanidad y a Dios.

 Pero tenemos miedo de desencadenar al gigante que nos habita. Miedo de su aventura colosal, que presentimos nos pondría constantemente en graves riesgos, amén de que nos privaría de comodidades, bienestar y placeres. Así vemos las cosas desde nuestro punto de vista burgués, pero muy otra sería nuestra visión una vez que soltáramos al titán.

El héroe desamordazado nos transformaría por completo. Adquiriríamos la dimensión de su grandeza. Los afanes que hoy nos parecen tan importantes, se encogerían hasta hacerse triviales, mientras que las tareas del espíritu para las que ahora somos tan perezosos, serían después la sublime razón para vivir y para morir. Tú, yo, somos mucho más, infinitamente más de lo que somos. Pero no queremos serlo.

 Los psicoanalistas no toman para nada en cuenta esta represión, pues sólo nos advierten del daño que produce el reprimir las malas tendencias; y, sin embargo, yo creo que es la inhibición de los deseos nobles lo que más nos destruye. Podría yo ir a visitar por las tardes a los enfermos incurables, podría aceptar un cargo en una institución benéfica, podría ayudar material y espiritualmente a la gente de un barrio miserable. Siento la divina tentación de hacerlo, y me reprimo, me lo prohíbo con más energía que si la tentación fuera la de cometer un crimen.

Tenemos miedo de expresar lo mejor de nosotros mismos. Por eso nuestra persona es insignificante, nuestra vida no sale de la vulgaridad. ¿Y no ha de causar esto un punzante sentimiento de frustración: el saber lo que pude ser y no fui? Quizá de aquí proviene la angustia, la desazón que sufrimos, la poca estimación que nos tenemos. "¿Quién que es no es romántico?", exclamaba Rubén Darío.

Gran verdad, pero la mayoría de nosotros se niega a ser lo que es. En nuestro siglo burgués, donde sólo cuenta lo práctico y sólo se ambiciona el progreso económico, en este desierto del espíritu, es maravilloso encontrar de pronto personas románticas que fulguran como oasis increíbles.

Michael Murphy

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